Desde pequeños se nos enseña que la madurez tiene que ver con la seriedad y la responsabilidad. Así, cuando crecemos creemos que estamos maduros porque nos ponemos serios, somos realistas y nos olvidamos de soñar. Exceptuando nuestro entorno, son pocas veces las que le sonreímos a un desconocido y nos olvidamos que la sonrisa es como un “virus bueno” que se contagia y alivia tensiones.
Cuando le sonreimos a otro, le estamos diciendo muchas cosas, entre ellas que nos gusta que comparta el espacio con nosotros, el otro lo decodifica y también sonríe, y es en ese momento cuando los pensamientos negativos quedan a un lado.